Ayer tuve una conversación corta pero intensa con Conor Neill, profesor de Comunicación para el Liderazgo en IESE. Sus clases suelen estar compuestas por un promedio de 70 ejecutivos de empresas y todos tienen que salir a hablar en público, frente al resto de la clase.
Comentábamos el reto que comporta destacar entre tanta gente. Sobre cómo muchos discursos son recordados al día siguiente, pero cómo la mayoría termina siendo olvidado más allá de las 24 horas.
Imagina que eres un business angel o incluso un reclutador de personal para una multinacional. En tus días buenos, ¿a cuántas personas escuchas (y ves) hablar? Con un cálculo rápido y poco científico, podemos asumir que en una jornada de trabajo completa caben unas 16 presentaciones de media hora o 32 de 15 minutos; algunas menos si paramos para hacer una pausa.
Cuando comienza el día estás como una lechuga, rebosante de frescura. Estás alerta y todos tus sentidos en plena forma. En la segunda presentación todavía vas a tope, con ganas y eres capaz de prestar toda tu atención a tu interlocutor. A medida que pasan las horas, el cansancio comienza a sentirse y ya no eres la misma persona que a las 9:00. En la presentación nº 13, te planteas elharakiri si no logras salir del “día de la marmota”.
¿Cómo puedo marcar la diferencia, hacer algo distinto y lograr que me recuerden?
Ser quien más fuerte grita nos gana la atención ajena durante un segundo, pero no más. Porque el oído humano se termina acostumbrando a todo sonido constante, y porque gritar a todo pulmón no es sostenible en el tiempo.
Hacerlo distinto sí funciona y se me ocurren en este momento cuatro maneras de marcar huella en los demás con nuestro discurso sin tener que dejarnos las cuerdas vocales por el camino.
1. Ayuda al público a ver el problema
El problema que sea. Y luego muéstrales el camino hacia la solución. Solución que preferiblemente ofrecerás tú.
A las personas no les importas. A las personas les importan ellas mismas. Contarles tu libro es una invitación a hacer la siesta. Pero cuando les hablas de sí mismas, de sus dificultades y de cómo solucionarlas (con tu libro), entonces el foco de interés se mueve y la cosa cambia.
2. Toca sus corazones
Ayer también hablaba con María, una amiga. Me contaba cómo lloró al escuchar a María Belóndurante su conferencia sobre el tsunami al que sobrevivió en Tailandia (y sobre el que se hizo la película “Lo Imposible”) y sobre los propios tsunamis por los que pasamos todos.
No hace falta hacer llorar a nadie. Pero hacerle sentir algo intenso es muy poderoso ya que recordamos todo lo que nos remueve nuestro interior. Y si no me crees, pregúntate qué estabas haciendo justo en el momento en el que te contaron sobre los atentados en las Torres Gemelas.
3. Rompe las reglas
En el mundo de las presentaciones corporativas hay algunas reglas no escritas de las que no se libra casi nadie. Por cuestiones protocolarias o porque “todo el mundo lo hace así”, muchos siguen patrones poco efectivos como machacar a formalismos, leer en lugar de presentar, o evitar el contacto visual.
Si casi todo el mundo lo hace igual y casi todo el mundo aburre, ¿no crees que un par de retoques te ayudarían a destacar al menos un poco? Algunas reflexiones al respecto en esta entrada sobrecreatividad para dummies.
4. Di las cosas con pasión
Sobre Emilio Duró he hablado ya algunas veces. Esta conferencia lo hizo famoso. Con más de un millón de visitas en Youtube, y hoy día muchísimas otras en directo por toda España, el vídeo muestra a un presentador que técnicamente no es bueno. Pero sí es un gran comunicador por varias razones. Una de ellas es la pasión que desprende; cómo vive lo que cuenta.
En un mundo en el que la monotonía nos consume, cuando alguien transmite con pasión, no sólo destaca por hacerlo distinto. Destaca porque la pasión es contagiosa y motiva a las personas que están alrededor.
¿Cómo encuentro mi mensaje?
En abril de 2011 fui a la Conferencia Distrito de Toastmasters que se celebró en Lisboa y que abrióDarren LaCroix, campeón mundial de oratoria en 2001.
Brutal
Al terminar su discurso me acerqué a él y le dije: “Sr. LaCroix, quiero ser un orador profesional, pero tengo un problema: No sé de qué hablar. Llevo un tiempo formándome en cómo hacerlo, pero no encuentro el mensaje. ¿Qué hago?”
Su respuesta fue tan corta como decepcionante: “Sigue buscando.”
Hoy me doy cuenta de que lo que me dijo no era nada trivial. Porque sin un mensaje potente, relevante para el público y bien desarrollado, da igual las artimañas que use, que mi discurso no será inmortal (a menos que prenda el escenario en fuego, pero te lo desaconsejo por cuestiones prácticas).
Pero no hace falta ser María Belón y haber sobrevivido a un tsunami. No hace falta ser Emilio Duró y haber encontrado el secreto de la felicidad tras un jamacuco cuasi-fulminante. No hace falta ser Carmen Cordón que, junto a su marido Ignacio, pagó el rescate de su padre secuestrado Publio, a quien nunca más volvieron a ver. Sí, sus mensajes son potentísimos y grandes agentes de cambio. Pero no es necesario haber vivido una situación límite para que tu mensaje logre un cambio en otras personas.
Basta con que ese mensaje sea el adecuado para tu público específico, que esté desarrollado con corazón y cabeza, y que tú, como ponente, muestres tu parte más humana.
Con esto y alguna de las cuatro ideas que te comento más arriba, ¿quién tiene huevos de olvidarte? Sólo aquel con quien tu mensaje no resuene. Pero de relevancia hablaremos en otro momento.
Tomado de: http://www.declamatoria.com/lograr-que-me-recuerden-o-desaparecer-en-el-olvido/?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+Declamatoria+%28Declamatoria%29